03 agosto 2017

¿Es usted el chivo expiatorio de su familia?































"En lugar de proyectar su violencia hacia el exterior contra un chivo expiatorio, deberían nombrar y confrontar honestamente la disfunción existente dentro de ellos mismos."




Los narcisistas son maestros de la proyección. Nadie los supera cuando tratan de señalar a una persona, no para reconocerla tal y como es, sino para etiquetarla como ellos quisieran que fuera. Por eso cuando un padre o una madre narcisista ve a un hijo o a una hija es capaz de ver muchas cosas: un ser moldeable (o un obstáculo) para sus aspiraciones de poder, un portador de incómodos sentimientos y de engorrosas necesidades... En definitiva, muchas veces verá contrariedades difíciles de gestionar y limitaciones indeseables, pero en pocas ocasiones contemplará a su hijo como la persona completa que realmente es.

En una familia gobernada por un padre o una madre narcisista los roles disfuncionales son la norma y el(la) narcisista ejerce de productor(a), director(a) y agente de casting de la película familiar. Esos roles son asignados a cada hijo antes de que haya madurado lo suficiente como para que pueda resistirse y así, los personajes de la película familiar, crecen sin dificultades ante la ausencia de referencias 'cinematográficas' distintas que les distraigan de la correcta interpretación de sus papeles. 

Es muy usual que un padre o una madre narcisista tenga a un hijo (o hija) a quien sólo reconoce pequeños defectos sin importancia, al tiempo que exista otro(a) al que señale significativos defectos 'cruciales' para la familia. Después decidirá (inconscientemente) qué papel asignará a cada hijo y evaluará sus opciones preguntándose ¿Cuál de mis hijos es el más sensible? ¿Qué hijo me recuerda más a mi madre con la que tenía problemas o a algo de mí que no acepto? ¿Cuál me exige más, ya sea por su voluntad o por sus circunstancias? ¿Qué hijo es más infeliz por las situaciones que creo? ¿Cuál es más rebelde, sincero, abierto vulnerable? En resumen: ¿Quién me molesta más? 

Ese hijo será el chivo expiatorio de su familia. 

En efecto, el miembro elegido es una persona sensible y empática que, con un destacado sentido de la honestidad y de la justicia, se niega a aceptar las disfunciones de su familia. Esa negativa le crea problemas con la madre o con el padre que, sin embargo, no se ensaña con él por ello sino porque le recuerda, bien algunos aspectos propios que no le gustan, o bien a un familiar con el que tiene conflictos no resueltos.

En cualquier caso, al chivo expiatorio se le cargará con la mayor parte de la culpabilidad, la vergüenza y la ira de la familia para que el resto de sus miembros puedan mantener sus roles disfuncionales con tranquilidad. Pero aunque él soporte más indirectas, reproches, acusaciones y traiciones que el resto de la familia, aunque, estoicamente, aguante el daño a su salud que le provoca la toxicidad generada por esa disfunción familiar, nunca será un hijo y un hermano suficientemente bueno y ellos, que apenas se verán afectados por esa disfunción, vivirán fácilmente con ella. 

Así es, el resto de la familia llevará esa disfunción muy cómodamente al sentirse exentos de cualquier responsabilidad y, por tanto, libres de la obligación moral de replantearse nada. De hecho, es común que los hermanos adopten una posición distante y que, sin darse cuenta, hagan lo posible para mantener el status quo creado por esa distribución de roles, y traten de reforzar la etiqueta de problemático de su hermano, el chivo expiatorio, cada vez que se les presente una oportunidad para hacerlo.

Por otro lado, como el padre o la madre narcisista no puede permitirse aceptar sus propios defectos intenta autoconvencerse de que hace lo correcto. Pero esa continua lucha interna de su personalidad tóxica le genera angustia y cuando esa angustia se transmite a la familia y sus hijos empiezan a tener problemas con ella, se ve obligada a elegir entre reconocer que está cometiendo errores que afectan negativamente a sus hijos o convencerse a sí misma (y a los demás) de que el origen de esos problemas no está en su interior. Y la segunda opción es la que los narcisistas eligen siempre. Sin excepción. Al culpar a otros se absuelven a sí mismos en sus mentes e intentan convencer(se) de que ellos no son los culpables de las disfunciones de su familia. Y eligen a quién culpar. 

Es el útil chivo expiatorio. Él es quien alivia la culpa, la vergüenza y los sentimientos de incomodidad del padre o de la madre narcisista y, en última instancia, de toda la familia disfuncional. Es su papel en la película el que facilita la negación de la triste realidad familiar. Él es el cubo de la basura de lo indeseable. Es el amortiguador de los golpes contra la dura realidad de que algo va mal en la familia. 

Los padres narcisistas enseñan a sus otros hijos a aceptar y apoyar la culpabilización del chivo expiatorio reafirmando (y recompensando) su percepción de que siempre que algo vaya mal será por culpa suya. Esos hijos se adaptan muy bien a estos roles y aprenden rápidamente que si no quieren responsabilizarse por algo tan solo tienen que recurrir al chivo expiatorio. Porque él nunca será escuchado con respeto y "su culpa" se aceptará sin duda alguna. Y una vez que los demás miembros de la familia han asumido e interiorizado esta situación se sienten con mayor libertad para, si lo necesitan, ahondar en las disfuncionalidades sin tener que asumir ninguna responsabilidad por sus consecuencias negativas. 

Una de esas consecuencias negativas es la forma en la que afectan las disfuncionalidades familiares al hijo elegido como chivo expiatorio. El tipo y alcance de los comportamientos provocados en él varía de una persona a otra. En algunos casos puede convertirse en alguien difícil con problemas de comportamiento o de manejo de sus emociones. En otros puede desarrollar trastornos depresivos o adictivos. Incluso la falta de aprobación familiar puede precipitar, en  algunos casos, trastornos de la personalidad. En la edad adulta, el chivo expiatorio puede llegar a caer en una inseguridad crónica en sus relaciones debido al sentimiento de traición sufrido en su familia. También puede convertirse en alguien extremadamente autocrítico. Y, finalmente, después de largos años de mensajes familiares tóxicos (traes problemas, haces daño, reaccionas mal, eres un exagerado, un paranoico, etc.) puede terminar convenciéndose de que no merece ser querido. 

El papel del chivo expiatorio es difícilmente soportable. La carga psicológica de ser acusado, una y otra vez, sin derecho a defensa, de ser culpable de los males de tu familia, es muy pesada. Antes o después él (ó ella) comprende que no puede ganar. Que no tiene sentido luchar para mejorar la opinión de su familia porque ellos no permitirán que eso suceda. Este es el momento de desesperanza en el que muchos chivos expiatorios comienzan a adoptar el papel de "oveja negra". Empiezan a darse cuenta de que sólo son premiados por su familia si reconocen 'sus fracasos'. Y al contrario, ven que cuanto mejor se comportan (o se desenvuelven) más severamente son oprimidos. Porque cuando un chivo expiatorio presenta un buen comportamiento o un correcto desempeño contradice la versión del padre o de la madre narcisista de que él es el culpable de los males de la familia y al contradecirlo amenaza su plan exculpatorio causándole tal desazón que sólo la idea de plantearse la posibilidad de considerar que su hijo no es el culpable de los males de la familia le resulta completamente intolerable. 

Finalmente, en un intento desesperado de detener la opresión paterna, el chivo expiatorio sucumbe al rol de oveja negra, perdedor, conflictivo o troublemaker. Y esta rendición aceptada, por supuesto, por el resto de la familia les da exactamente lo que su disfunción mental necesita: algo externo en donde puedan depositar sus culpas para continuar con la fantasía tranquilizante de que no es malo lo que hacen con su familia. 

Así los chivos expiatorios que se rindan y acepten su rol de oveja negra merecerán expresiones de apoyo e incluso "recompensa". Tanto es así que muchos reconocen que las únicas ocasiones en las que han sentido apoyo de su padre o de su madre sucedieron después de asumir las proyecciones paternas disfuncionales. Por eso, para aliviar la angustia causada por esos continuos reproches, el chivo expiatorio suele terminar cediendo y aceptando esa valoración paterna tóxica (por manipuladora) de culpable de los males de su familia. 

De esta forma los chivos expiatorios internalizan el mensaje de que son inherentemente disfuncionales o defectuosos, terminando por creer que esos defectos pueden verlos todas las personas con las que tienen contacto y que, antes o después, serán rechazados por ellas de la misma forma que por su familia. Y quedarán marcados. Y las señales de su inferioridad serán perfectamente visibles en su paso por la escuela, en el trabajo, con sus amistades y en sus relaciones de pareja. 

Por tanto, como el psique del chivo expiatorio está hundido por la carga constante y abrumadora de la inferioridad proyectada en él, su comportamiento, sus ademanes, sus hábitos, su forma de hablar e incluso su postura, mostrarán las señas inconfundibles de ser una víctima en ciernes. De una persona herida por la vergüenza y la culpa. De alguien que cuando adquiere la suficiente experiencia en su rol se convierte en el blanco perfecto para el maltrato. Porque, intuitivamente, él es consciente de que todo el mundo sabe que es un ingenuo, un incauto, un blanco fácil que no opondrá mucha resistencia. Un paria intimidado, un solitario marginado o un troublemaker a castigar. 

El chivo expiatorio de una familia disfuncional está acostumbrado a aceptar la culpa de los problemas que surjan en sus relaciones interpersonales porque ha sido condicionado diligentemente para que crea que si él pudiera cambiar, los retos y las dificultades de sus relaciones se esfumarían. Quizá por ello, y porque como única referencia para sus relaciones adultas sólo tiene los patrones de comportamiento de su familia, acepta a malos compañeros o colegas que, emocionalmente irresponsables, esperan que sus espaldas anchas carguen con las pesadas e incómodas obligaciones que les mandan y les obligan a asumir por principio que cualquier dificultad en el grupo es culpa de ellos. 

Es común que el chivo expiatorio adopte un papel similar en el trabajo. Tal y como los niños detectan fácilmente entre ellos un blanco vulnerable al que culpar o discriminar, los adultos hacen lo mismo. Así los chivos expiatorios están mal pagados y son más explotados que sus compañeros de trabajo. Son excluidos de los eventos de la oficina, culpados por los fracasos del departamento e ignorados cuando se trata de reconocer sus méritos con felicitaciones o ascensos. A pesar de que la calidad de su trabajo puede superar a la de muchos, es poco probable que sean seleccionados para participar en una presentación importante o para ser líderes de un equipo. Todo lo contrario, sus evaluaciones profesionales reflejarán que sus jefes les critican más severamente que a otros. En el mejor de los casos serán ignorados y, en el peor, despedidos. 

Y es que, como tantas veces, todo empieza en la infancia. Los niños que comienzan a ejercer de chivos expiatorios responden a situaciones creadas en las que no pueden ganar y desarrollan patrones de comportamiento destructivo, desafiante u ofensivo. Un comportamiento que a la edad adulta crea dificultades serias en el trabajo y en la comunidad en general. Los chivos expiatorios que se encuentran atrapados en el papel de "oveja negra" pueden llegar a sufrir reprimendas y despidos repetidos. Y si desarrollan el hábito de troblemaker, es más que probable que sus dificultades laborales y sociales tomen la forma de conflictos y ofensas relacionados con comportamientos rebeldes, improductivos o destructivos.

El chivo expiatorio rara vez encaja cómodamente en sociedad y, generalmente, es menospreciado o rechazado sin importar las formas o las razones (reales ó imaginarias) para su marginación. Por eso, al contrario que los narcisistas, casi siempre reacios a buscar terapia psicológica aunque la necesiten, los chivos expiatorios buscan más psicoterapia que los otros miembros de la familia porque se han acostumbrado a pensar que todo se arreglaría si ellos no fuesen tan defectuoson. Porque un chivo expiatorio considera a sus fracasos personales como las razones centrales por las que un compañero es insensible, un jefe le niega un ascenso, o un hermano le habla con desprecio. Se siente incómodo en la escuela, el trabajo y en sus relaciones sociales porque se cree inferior. Y en gran medida, esta forma de pensar hace que sus creencias se conviertan en realidad haciendo más difícil que se dé cuenta de que sí pueden revertir los patrones de maltrato que generan sus inseguridades y su complejo de inferioridad. 

Por consiguiente, al acumular toda esa culpa en sí mismos, los chivos expiatorios pueden acabar necesitando terapia al llegar a adultos. Y esa terapia les puede ayudar a descubrir las verdaderas razones de su situación. La realidad de que, después de todo, no existe en ellos ninguna inferioridad sino que lo que les lleva a esas situaciones en las que se les denigra y en las que se les refuerza su tendencia a sentirse inadecuados no es sino la carga de la vergüenza y el rechazo inculcados por su familia. No les han ignorado y maltratado porque realmente sean inferiores sino para hacérselo creer. Y son ellos los que al creerse esas mentiras se comportaron como si realmente fueran inferiores y se convirtieron en lo que su padre tóxico o su madre tóxica, consciente o inconscientemente, querían que fueran. 

En conclusión, mientras tú, chivo expiatorio, no puedas deshacerte de la mentira paterna proyectada de que eres defectuoso culpable de los males de tu familia, seguirás atrayendo a personas manipuladoras, no lograrás alcanzar todo tu potencial y serás el peor enemigo de ti mismo. Así que sólo cuando puedas ver que no te maltratan por ser malo sino por ser vulnerable podrás cambiar tu futuro.