Y es necesario que estemos unidos porque solo unidos saldremos adelante.
Por eso necesesitamos un Gobierno de España que una a todos los ciudadanos. Necesitamos un Gobierno que diga y haga lo mismo en Madrid, en Barcelona, en Bilbao, en Zaragoza o en Murcia.
No podemos permitirnos otro Gobierno que mienta a los ciudadanos. Necesitanos un Gobierno idealista, práctico y ejemplar porque necesitanos una España idealista, práctica y ejemplar.
Y no hay tiempo que perder. No podemos volver a equivocarnos. No podemos dar otra vez un cheque en blanco a quien ya sabemos que nos va a defraudar.
Solo quienes hacen lo que dicen pueden conseguir hacer posible lo necesario. Y si no lo consiguen habrá que buscar a otros.
Como epílogo a esta reflexión recupero una carta que envié el día 20/02/2006 a varios periódicos nacionales. Han pasado muchas cosas desde entonces. Sufrimos ahora una crisis económica y financiera que no nos permite ser totalmente libres e independientes como país para andar nuestro camino. Pero, lamentablemente, los ciudadanos españoles seguimos sin atajar la crisis política y de identidad que hace que esta carta se mantenga aún vigente.
Sr. Director:
Vivo en un país donde se realizan planteamientos y estrategias políticas en las que unos confunden flexibilidad con irresponsable falta de criterio y otros, por el contrario, confunden criterio firme con rigidez altanera.
Pero las cosas están de tal forma que unos y otros tienen que ponerse de acuerdo (más pronto que tarde) en sus planteamientos y estrategias políticas sobre determinados asuntos fundamentales para nuestra convivencia. Todos lo sabemos. Ellos también lo saben.
Sin embargo, ese acuerdo debe tener como base la realidad de los españoles (creo que todavía nos llamamos así los que vivimos en este país llamado España), la realidad objetiva de quienes somos y de donde venimos. Pero, sobre todo, la voluntad colectiva de hacia donde queremos ir. No hay que olvidar que todos (no solo los nacionalistas españoles, vascos, catalanes, gallegos, etc.) necesitamos ser conscientes de quienes somos y de donde está el sitio en el que queremos estar.
Y además, los españoles necesitamos tener la certeza de que, aunque tengamos diferentes formas de ser por nuestra diversidad de culturas, idiomas, ideologías y religiones, no vamos cometer otra vez los errores del pasado. Necesitamos saber que no se podrá volver a imponer nadie contra nadie. Que ninguna mayoría se va a imponer a ninguna minoría y, viceversa, que ninguna minoría se va a imponer a ninguna mayoría.
Y creo que ha llegado el momento de que los españoles (con la ley que nos hemos dado a nosotros mismos en la mano) tengamos tolerancia cero con los intolerantes, sean del color que sean, se disfracen como se disfracen y vivan donde vivan. Porque si no empezamos ya a defendernos de verdad de ellos (y no solo con palabras grandilocuentes), sus víctimas y nuestros hijos podrán llegar a creer que viven en un país en el que merece la pena plantearse como estrategia la de que “el fin justifica los medios”. Pero, como decía mi abuelo, que en paz descanse, “hay que abrir el ojo (y no el de atrás) porque hay muchos lobos políticos disfrazados con piel de cordero que aman el poder y no lo que dicen defender”.
Estoy convencido de que es necesario revivir el espíritu del “No nos moverán” pero en lugar de “como el pino junto a la ribera” que decía la canción, como el bambú japonés. En efecto, tenemos que tener raíces consistentes y ser firmes pero con la suficiente flexibilidad para resistir los vientos que intentan debilitarnos y arrancarnos de nuestro sitio. Así que cuando soplen esos vientos nos doblaremos dejándolos pasar y cuando paren volveremos a estar erguidos donde realmente queremos estar. En nuestro sitio.
La diferencia entre los pueblos libres y los que no lo son es que los primeros deciden su futuro por ellos mismos y los segundos esperan siempre que alguien decida por ellos. Y no estoy hablando de elecciones. Estoy hablando de los que piensan por si mismos y tienen criterio propio. Y también de los que no piensan por sí mismos y comulgan con las ruedas de molino de unos u otros. En definitiva, hablo de la diferencia entre personas y ovejas.
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