"Cuando las palabras pierden su significado, la gente pierde su libertad."
Confucio
Aquel verano de 2011 se hablaba mucho de paz. Zapatero ya había cumplido 'la primera parte' de lo que negoció con ETA y se preparaba para traspasar 'la segunda parte' a un Rajoy al que las encuestas daban como ganador en las generales de noviembre. En Euskadi los totalitarios, legalizados y en las instituciones, aprovechaban el 'impasse' en 'el proceso de paz' para comenzar la siembra de la nueva fase de propaganda para las masas no nacionalistas.
En medio de todo aquel oscuro paisaje totalitario apareció un relámpago de memoria, dignidad y justicia cuando se publicó en el Diario Vasco "Víctimas del conflicto vasco", un gran artículo de Manuel Montero que denuncia aquella situación y que señala la indecencia de esa nueva expresión:
"Incluso han estrenado en la vía pública una nueva expresión «víctimas del conflicto vasco». Hasta la fecha solo la usaban en escritos de consumo interno, para decirse que las víctimas son los suyos y no las que señala la democracia y sentido común, quienes han sufrido el terrorismo; o para admitir que todos son víctimas en similar medida, aunque les merezcan más consideración los terroristas. El latiguillo, nueva frase hecha, es de los que puede hacer fortuna en la política vasca. Tiene todos los ingredientes para ello: resulta ambiguo, tiene diversas lecturas y suena políticamente correcto y hasta generoso. Además, es seguramente el mayor reconocimiento a las víctimas que se pueda esperar de Bildu.
La expresión constituye una indecencia. Equipara al criminal y a su víctima. Busca dar la misma consideración pública a quienes han sufrido el terrorismo -asesinados, heridos, extorsionados, exiliados- y a los terroristas que han sido detenidos por sus crímenes. Tal equiparación, que plantea igual consideración como víctimas a los asesinos y a los asesinados, sugiere un conflicto vasco que trasciende a la voluntad humana y que provoca daños en ambos lados. Quienes han decidido y perpetrado los atentados quedan así exculpados, pues no han hecho sino cumplir sus obligaciones históricas. Las víctimas, por lo mismo, adquieren connotaciones de corresponsabilidad. Lo son por lo que han hecho. Todos, en suma, serían víctimas de un mismo conflicto. Si acaso las víctimas terroristas tendrían primacía moral, pues estaban en el lado bueno de la historia, mientras que las víctimas que han sufrido el terrorismo lo habrían sido por servir al Estado opresor, por colaborar con él, por oponerse a la resolución del conflicto.
El ditirambo «víctimas del conflicto vasco» refleja el deterioro ético de sus mentores. Lo peor es que lo dicen y apenas suscita resquemores, como si fuera normal semejante anomalía. La sociedad vasca lo entiende a la primera. No es improbable que sean amplios los sectores que la aceptarían sin más, si con ella se pudiese pasar página y olvidar esta etapa de nuestra historia. Como si no hubiese pasado nada.
Pero sí ha pasado. Por eso no vale la estulticia. Es incompatible con un relato democrático, el de los hechos tal como fueron. La propia formulación del concepto quiere colar gato por liebre: en el fondo, busca que el conjunto de la sociedad vasca reconozca como víctimas a los asesinos. Ya se encargarán ellos de glorificarlos. (...)
La incongruencia central de «los nuevos tiempos» -así llama Bildu a la etapa de su dominio- es que los partidos democráticos han sido derrotados por el terrorismo y su entorno, mientras piensan que han ganado la batalla. De estos polvos volverán aquellos lodos."
En medio de todo aquel oscuro paisaje totalitario apareció un relámpago de memoria, dignidad y justicia cuando se publicó en el Diario Vasco "Víctimas del conflicto vasco", un gran artículo de Manuel Montero que denuncia aquella situación y que señala la indecencia de esa nueva expresión:
"Incluso han estrenado en la vía pública una nueva expresión «víctimas del conflicto vasco». Hasta la fecha solo la usaban en escritos de consumo interno, para decirse que las víctimas son los suyos y no las que señala la democracia y sentido común, quienes han sufrido el terrorismo; o para admitir que todos son víctimas en similar medida, aunque les merezcan más consideración los terroristas. El latiguillo, nueva frase hecha, es de los que puede hacer fortuna en la política vasca. Tiene todos los ingredientes para ello: resulta ambiguo, tiene diversas lecturas y suena políticamente correcto y hasta generoso. Además, es seguramente el mayor reconocimiento a las víctimas que se pueda esperar de Bildu.
La expresión constituye una indecencia. Equipara al criminal y a su víctima. Busca dar la misma consideración pública a quienes han sufrido el terrorismo -asesinados, heridos, extorsionados, exiliados- y a los terroristas que han sido detenidos por sus crímenes. Tal equiparación, que plantea igual consideración como víctimas a los asesinos y a los asesinados, sugiere un conflicto vasco que trasciende a la voluntad humana y que provoca daños en ambos lados. Quienes han decidido y perpetrado los atentados quedan así exculpados, pues no han hecho sino cumplir sus obligaciones históricas. Las víctimas, por lo mismo, adquieren connotaciones de corresponsabilidad. Lo son por lo que han hecho. Todos, en suma, serían víctimas de un mismo conflicto. Si acaso las víctimas terroristas tendrían primacía moral, pues estaban en el lado bueno de la historia, mientras que las víctimas que han sufrido el terrorismo lo habrían sido por servir al Estado opresor, por colaborar con él, por oponerse a la resolución del conflicto.
El ditirambo «víctimas del conflicto vasco» refleja el deterioro ético de sus mentores. Lo peor es que lo dicen y apenas suscita resquemores, como si fuera normal semejante anomalía. La sociedad vasca lo entiende a la primera. No es improbable que sean amplios los sectores que la aceptarían sin más, si con ella se pudiese pasar página y olvidar esta etapa de nuestra historia. Como si no hubiese pasado nada.
Pero sí ha pasado. Por eso no vale la estulticia. Es incompatible con un relato democrático, el de los hechos tal como fueron. La propia formulación del concepto quiere colar gato por liebre: en el fondo, busca que el conjunto de la sociedad vasca reconozca como víctimas a los asesinos. Ya se encargarán ellos de glorificarlos. (...)
La incongruencia central de «los nuevos tiempos» -así llama Bildu a la etapa de su dominio- es que los partidos democráticos han sido derrotados por el terrorismo y su entorno, mientras piensan que han ganado la batalla. De estos polvos volverán aquellos lodos."
Fue leer este artículo al día siguiente de su publicación y asociarlo en una antigua entrada del blog a un esquema en forma de tabla que realicé cinco años antes sobre "LA INDIFERENCIA, LA COBARDÍA Y EL RELATIVISMO MORAL EN LA PERVERSIÓN DEL LENGUAJE POLÍTICAMENTE CORRECTO DURANTE «EL PROCESO DE PAZ»".
Porque de aquellos polvos de indiferencia, cobardía y relativismo moral que alimentaban el lenguaje del 'proceso de paz' en 2006, vinieron esos lodos totalitarios en 2011. En Euskadi y en el resto de España.
Siete meses después de "Víctimas del conflicto vasco", en concreto, el 16 de marzo de 2012, también en El Diario Vasco y El Correo, se publicó "Espejismos de paz", un extraordinario artículo de Cristina Cuesta con el que tengo el honor de actualizar esta entrada del blog. Un artículo que, llamando a las cosas por su nombre, se erige como un ejemplar ejercicio de libertad, compromiso, valentía y decencia en la lucha contra el totalitarismo de ETA.
"Cuenta Esopo en su fábula «La paloma sedienta» que ésta, incómoda por la sed, vio una charca de agua pintada sobre un rótulo y se estrelló al intentar beber.
Este año se cumplirán quince de aquellos días de julio de 1997 que cambiaron nuestra percepción sobre el terrorismo. El secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco hizo salir de sus casas a seis millones de ciudadanos, muchos vascos, muchísimos por primera vez, con el objetivo de intentar salvar la vida de un joven concejal constitucionalista arrancado de su normalidad por dos terroristas que junto a otro más le sometieron a tortura durante cincuenta horas hasta acabar con su vida con dos tiros. La reacción de los vecinos de Ermua –solidaria, compasiva, firme– clara se expandió como una onda entre de millones de españoles que todavía recuerdan qué hacían, dónde estaban, cómo siguieron aquellas horas con inquietud, indignación y dolor.
Con aquel atentado interiorizamos como nunca antes la inocencia de las víctimas del terrorismo, aprendimos colectivamente que la vida humana y la libertad eran previas a las opciones políticas partidarias, que merecía la pena defenderlas juntos, marcamos una línea divisoria clara entre demócratas y totalitarios; se demostró en las calles, por primera y última vez, un hartazgo no sólo a ETA por sus crímenes sino a Herri Batasuna, la ETA política, por su impiedad, su colaboracionismo y su legitimación ante el asesinato de un joven que sentimos como nuestro familiar, nuestro vecino, nuestro compañero. Exigimos el aislamiento social de los violentos, gritamos ‘No son vascos, son asesinos’; ‘Sin pistolas no sois nada’; ‘ETA-HB, lo mismo es’; ‘Vascos sí, ETA no’ por toda España.
Pocos meses después se firmó un pacto decente: el 'Pacto por las libertades y contra el terrorismo' que situaba a las víctimas en el lugar de reconocimiento que merecen, que desarrollaba leyes básicas para impedir que los traficantes de vidas y libertades pudieran ser representantes políticos en igualdad de derechos con sus víctimas, nos comprometimos a no negociar con los que sólo pueden aportar como argumentos el dolor injustamente causado con el objetivo de imponer un proyecto totalitario, se buscó apoyo internacional para explicar claramente que España era una democracia y el País Vasco una autonomía con un nivel competencial envidiable en muchos lugares del mundo y ETA, el último grupo nacionalista terrorista en Europa.
Este año se cumplirán quince de aquellos días de julio de 1997 que cambiaron nuestra percepción sobre el terrorismo. El secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco hizo salir de sus casas a seis millones de ciudadanos, muchos vascos, muchísimos por primera vez, con el objetivo de intentar salvar la vida de un joven concejal constitucionalista arrancado de su normalidad por dos terroristas que junto a otro más le sometieron a tortura durante cincuenta horas hasta acabar con su vida con dos tiros. La reacción de los vecinos de Ermua –solidaria, compasiva, firme– clara se expandió como una onda entre de millones de españoles que todavía recuerdan qué hacían, dónde estaban, cómo siguieron aquellas horas con inquietud, indignación y dolor.
Con aquel atentado interiorizamos como nunca antes la inocencia de las víctimas del terrorismo, aprendimos colectivamente que la vida humana y la libertad eran previas a las opciones políticas partidarias, que merecía la pena defenderlas juntos, marcamos una línea divisoria clara entre demócratas y totalitarios; se demostró en las calles, por primera y última vez, un hartazgo no sólo a ETA por sus crímenes sino a Herri Batasuna, la ETA política, por su impiedad, su colaboracionismo y su legitimación ante el asesinato de un joven que sentimos como nuestro familiar, nuestro vecino, nuestro compañero. Exigimos el aislamiento social de los violentos, gritamos ‘No son vascos, son asesinos’; ‘Sin pistolas no sois nada’; ‘ETA-HB, lo mismo es’; ‘Vascos sí, ETA no’ por toda España.
Pocos meses después se firmó un pacto decente: el 'Pacto por las libertades y contra el terrorismo' que situaba a las víctimas en el lugar de reconocimiento que merecen, que desarrollaba leyes básicas para impedir que los traficantes de vidas y libertades pudieran ser representantes políticos en igualdad de derechos con sus víctimas, nos comprometimos a no negociar con los que sólo pueden aportar como argumentos el dolor injustamente causado con el objetivo de imponer un proyecto totalitario, se buscó apoyo internacional para explicar claramente que España era una democracia y el País Vasco una autonomía con un nivel competencial envidiable en muchos lugares del mundo y ETA, el último grupo nacionalista terrorista en Europa.
Han pasado casi quince años desde Ermua. Hemos hecho un viaje desde la dignidad y la memoria hacia la impunidad y el olvido con paradas en Estella, Loiola, Anoeta y en Aiete, tememos que la estación de llegada sea Ajuria Enea. En estos años el trabajo de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, en especial la Guardia Civil y la Policía Nacional, ha conseguido desactivar la acción criminal de ETA y paradójicamente los partidos que siguen comprendiendo y justificando la historia criminal de ETA ostentan más poder que nunca.
Seguimos reclamando cuestiones obvias: que se les venza definitivamente, que se rechace y denuncie una historia de terror que ha condicionado la vida de miles de ciudadanos, que colaboren con la justicia para esclarecer más de trescientos asesinatos sin resolver y poder dar paz a las familias de sus víctimas, que pidan perdón por vulnerar derechos fundamentales y atentar contra la democracia constitucional y estatutaria, que acepten el Estado de derecho como un juego entre iguales, que renuncien a un proyecto político que no considera vasco, por ejemplo, a Miguel Ángel Blanco, basado en la justificación de la eliminación física del adversario.
El gran triunfo del terrorismo es haber convertido a miles de conciencias vascas en aliados sociales y políticos que votaron por candidatos que no tienen necesidad ni moral ni política de denunciar a ETA, rechazar a ETA, deslegitimar a ETA. Que no tienen nada que decir ni que hacer ante el asesinato y la tortura de tantos inocentes y no cesan de exaltar y reconocer a asesinos y torturadores.
El gran triunfo del terrorismo es haber convertido a miles de conciencias vascas en aliados sociales y políticos que votaron por candidatos que no tienen necesidad ni moral ni política de denunciar a ETA, rechazar a ETA, deslegitimar a ETA. Que no tienen nada que decir ni que hacer ante el asesinato y la tortura de tantos inocentes y no cesan de exaltar y reconocer a asesinos y torturadores.
Se está instalando en la sociedad vasca un conformismo vicioso que cubre las conciencias bienpensantes y que marca una agenda política basada en el tactismo cortoplacista, en el pacto a cualquier precio, en la rendición de valores por los que muchos han dado su vida y que abandona los principios que emergieron aquellos días de julio y que cimentaron la política más eficaz, justa y coherente con el fin de la derrota del terrorismo. Un oasis, otro espejismo que se evaporó muy pronto.
A pesar de los pesares siempre habrá ciudadanos que no traguemos con ruedas de molino, que seguiremos siendo insultados, tachados de extremistas, fachas, radicales, vengativos o rencorosos y que no hemos hecho otra cosa que defender el Estado de derecho y la ciudadanía. Se hace necesario rendir homenaje a las víctimas, aquí y ahora, desde la exigencia de memoria y justicia, una memoria que imposibilita que el País Vasco se asiente sobre la legitimación del terror como instrumento político y una justicia que diferencie claramente entre víctimas y verdugos. Una 'impunipaz' falsa, injusta y humillante para las víctimas se está asentando y una sensación ya conocida de indefensión nos afecta como víctimas y como ciudadanos no anestesiados ni narcotizados por ese ambiente general de desistimiento."
1. El lunes comienza el juicio por la brutal agresión a dos guardias civiles y a sus novias en #Alsasua. Lo ocurrido antes, durante y después es la síntesis perfecta de los 50 años de terrorismo de #ETA. Hilo⬇️: pic.twitter.com/9foudTAayy— COVITE (@CovitePV) 12 de abril de 2018
Esa 'impunipaz' que señala Cristina Cuesta es lo que más apesta de la historia que se cuenta en este hilo de Covite con 17 tuits imprescindibles para conocer lo ocurrido antes, durante y después de la brutal agresión a dos guardias civiles y a sus novias el 15 de octubre de 2016 en el bar Koxka de la localidad navarra de Alsasua.
Una historia con unos hechos que han tenido como consecuencia el procesamiento por delitos de terrorismo de ocho personas, tres de las cuales permanecen en prisión provisional. Unos hechos que serán juzgados en un juicio que comienza hoy.
Hay quienes con indiferencia, cobardía y/o relativismo moral, califican esos hechos de "pelea de bar", incluso desde instituciones como el gobierno de Navarra en el que se da la circunstancia de que la Consejería de Interior y Justicia, al igual que ocurre con la alcaldía de Pamplona, está en manos de EH Bildu.
Y es que de aquellos lodos totalitarios señalados por Cristina Cuesta y Manuel Montero, nos viene esta riada de totalitarismo en España.
"El conflicto vasco", "Trabajar para que no haya más víctimas del terrorismo", "Pelea de bar", "La paz"... son palabras que, desde hace más de doce años, utilizadas de manera perversa por indiferencia, por cobardía y por relativismo moral, nos han traído hasta aquí.
Llamemos a las cosas por su nombre. No permitamos que las palabras pierdan su significado. Está en juego nuestra libertad.
Hay quienes con indiferencia, cobardía y/o relativismo moral, califican esos hechos de "pelea de bar", incluso desde instituciones como el gobierno de Navarra en el que se da la circunstancia de que la Consejería de Interior y Justicia, al igual que ocurre con la alcaldía de Pamplona, está en manos de EH Bildu.
Y es que de aquellos lodos totalitarios señalados por Cristina Cuesta y Manuel Montero, nos viene esta riada de totalitarismo en España.
"El conflicto vasco", "Trabajar para que no haya más víctimas del terrorismo", "Pelea de bar", "La paz"... son palabras que, desde hace más de doce años, utilizadas de manera perversa por indiferencia, por cobardía y por relativismo moral, nos han traído hasta aquí.
Llamemos a las cosas por su nombre. No permitamos que las palabras pierdan su significado. Está en juego nuestra libertad.
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