Barcelona 12 de octubre de 2019 |
Este año 2022, con ocasión de la eufemísticamente llamada nueva normalidad, hemos podido volver a la calle, sin restricciones, a celebrar el día de Sant Jordi, la fiesta del libro y la rosa, la fiesta de la inteligencia y la fraternidad… pero parece ser que sólo para algunos, como les voy a contar seguidamente en esta crónica que jamás debió ser escrita.
Unos cuantos autores, encabezados por el editor y director de este periódico, Sergio Fidalgo, y entre los cuales nos encontrábamos Antonio Robles y servidor, empezamos el día siendo señalados como peligrosos “anticatalanes” (sic), en definitiva como el modelo puro de feixisteees de extrema derecha, por esa excrecencia (pseudo)periodística de Pepe Antich llamada El Nacional y alimentada con dinero público mediante subvenciones de la Generalitat (como otros tantos centenares de digitales del odio separatistas).
Nos citaban a los autores junto a las carpas de los partidos políticos (los denominados por el digital de Antich como “la derecha unionista”, a saber VOX, PP y Cs) en que nos habían invitado a firmar nuestros libros, aseverando que lo que se pretendía era “potenciar una campaña de españolización del día de Sant Jordi”, y esto es lógico (si es que asumimos que su capacidad de raciocinio está por encima de su servilismo propagandístico) en boca de estos periodistas porque el nacionalismo actúa siempre de manera excluyente como si Cataluña fuera solo suya, monolingüe y proverbialmente tribal.
Pero lo que realmente pretendía con este artículo dicho digital era informar a las hordas lazis de nuestra presencia (la de autores y partidos constitucionalistas) con el único fin de dirigir contra nosotros su objetivo para el odio, siguiendo al pie de la letra las enseñanzas del maestro Goebbels. Y surtió efecto.
Como recoge este periódico, “en la capital catalana, un grupo de individuos entre los que se contaba Marcel Vivet (procesado por atacar a los Mossos y tertuliano en Catalunya Ràdio) han insultado, provocado y amenazado a las personas que estaban en la carpa de VOX en la Rambla de Cataluña”.
Y allí mismo, en la carpa de VOX (una de las muchas en donde firmamos a lo largo del día), en Rambla de Cataluña con Mallorca, estábamos sentados firmando libros tres de los varios autores señalados (Antonio Robles, Javier Barraycoa y este cronista), justo en ese instante, cuando sucedió dicho incidente, que fue precedido en su habitual forma de admonición con esa cansina letanía monódica que reza “fora feixistes dels nostres barris”, que se ha convertido ya en más aburrida y soporífera que una recopilación de grandes éxitos de Lluis Llach.
Pero ahí no acabo la cosa, aún estaba por llegar aquello que da título a esta primera crónica de Narnia, el asombroso caso de la rosa evanescente. Una vez que los verdaderos fascistas y su letanía fueron disueltos y se alejaron de la carpa, seguimos firmando libros con normalidad Robles, Barraycoa y servidor, hasta el momento en que, de pronto, una mujer de unos treinta y tantos años, acompañada de un macho amarillo, con sus ojos fuera de las órbitas, pasa por delante de nosotros y nos grita a los autores allí sentados:
“Gentussa! Sou gentussa! Fora de Catalunya!”.
Seguramente acababan de formar parte del acoso a la carpa de VOX y sus líderes, allí presentes. Lo que sí puedo aseverar es que ambos iban bien vestidos y tenían una pinta de pijos con casa de invierno en la Cerdaña y residencia de verano en el Ampurdán que echaba para atrás, vamos, hijos de la burguesía catalana y del procés, una generación perdida para siempre en las tinieblas destructoras de la inmersión lingüística y de la escola catalana.
Nada fuera de la vieja normalidad en Cataluña o nada a lo que no estemos acostumbrados, pero a pesar de ello, ante nuestra sorpresa, Robles salta de la silla y sale, cual alma que lleva el diablo, como si estuviera impulsado por un resorte elástico, raudo hacia la chica y su acompañante, tan alto como desagradable (en línea con la mujer). Robles, serpenteando entre la multitud, los alcanza, para pedirles cuentas, tratando de esgrimir con dichas personas la razón por la que nos había insultado, inquiriéndole lo siguiente:
¿A qué viene eso de gentuza? ¿Me conoce usted de algo?
No pudo el bueno de Antonio ni obtener respuesta ni hacer una segunda pregunta ya que el joven orangután (en cuanto primitivo) que acompañaba a la mujer le propinó a Antonio, una persona ya jubilada, un fuerte manotazo en el pecho que le hizo perder el equilibrio. Pero quien conozca a Robles sabe que es inasequible al desaliento en la lucha contra la injustica y el mal nacionalista y, ante mi temor, volvió a la carga con mayor decisión aún, esta vez en la lengua de la raza superior de la parejita amarilla, con ironía hiriente:
Aquesta és la vostra revolució dels somriures? Els homes de pau?
Se hizo un pequeño corro. Viendo que el póngido de espalda amarilleada sacaba su verdadera naturaleza totalitaria y se ponía aún más violento, una señora de unos sesenta años, con una sonrisa encantadora, se interpuso con una rosa en la mano y se la ofreció muy cariñosa a Robles:
Deixeu-ho, no paga la pena, deixeu-ho! És la diada de Sant Jordi, és la festa de Catalunya!
Antonio, ya recuperado, rechazó la rosa con amabilidad, pero la señora, junto a dos mujeres más que le acompañaban, insistió, siempre en catalán, siempre con una sonrisa en su rostro hasta que Antonio, agradecido, finalmente la aceptó, les dio las gracias y volvió a la carpa para continuar con la firma de libros, entusiasmado por la humanidad de la señora y nos contó a Javier y a mí la totalidad de la aventura para acabar con la siguiente frase:
Fíjate qué señora tan amable.
Pero diez minutos después, la misma señora, esa que supuestamente era tan amable, se acerca a la carpa de VOX donde seguíamos firmando libros, se aproxima a Robles y le arrebata la rosa que él había puesto, orgulloso, sobre las copias de su libro Equidistantes exquisitos (valga la ironía de la situación).
Me quedo con la rosa, le dijo la señora con la misma sonrisa con la que se la había regalado momentos antes.
¿Y eso?, le inquirió Robles, sorprendido e incrédulo.
Porque no creía que usted fuera uno de estos.
Pero si nosotros no somos de VOX, le aclaré yo mismo, sólo somos autores que firmamos nuestros libros. Y además, ¡Antonio es de izquierdas!
Aunque si fuéramos de VOX, le preguntó Antonio, ¿no tendríamos derecho a estar aquí?
La señora, con la misma sonrisa, pero ya claramente despreciándonos, nos espetó:
Estos señores no son demócratas.
Una chica, que estaba comprando un libro en la carpa, se encaró con la señora de la rosa a costa de la democracia, y Antonio intervino para zanjar la discusión.
Señora, ¿lo suyo sí es democracia? ¿Únicamente los que están de acuerdo con vosotros son demócratas? Un demócrata es quien, a pesar de no coincidir con tus ideas, respeta que las puedas defender. Sin tolerancia no hay democracia. Si yo estoy en esta caseta de VOX, a pesar de no coincidir con sus ideas, es porque nos han invitado y porque les respeto el derecho a existir, como le respeto a usted, a pesar de que ya veo que usted no nos respeta a nosotros. ¿Haría lo mismo si estuviera firmando en aquella caseta de Òmnium? Si hubieran invitado a mi editorial, allí estaría también, pero no lo harán nunca.
Y nos quedamos con tres palmos de narices, eso sí, con los insultos y sin la rosa, que asombrosamente se desvaneció en las brumas de la bajeza moral más absoluta del nacionalismo. La señora, supremacismo mediante, se la llevó convencida de que su acto de humanidad anterior sólo podía estar reservado a los propios, los que beben de la fuente de la raza superior y no de estas pobres bestias con forma humana y baches genéticofascistas en nuestro ADN que somos el resto.
Ya lo saben, en el mundo de fantasía de Narnia, creado por C. S. Lewis, algunos animales pueden hablar, las bestias míticas abundan y la magia (o, en este caso, más bien las artes oscuras) es común. Como ven, en la nueva normalidad de la Cataluña de 2022, con sus amorfas masas amarillentas en las que los individuos han diluido su propia voluntad, los separatistas siguen viviendo en su Reichpública de fantasía, en su Narnia de la ratafía, como si el tiempo se hubiera detenido y siguieran atravesando eternamente desde la realidad hacia la fantasía a través de un armario repleto de lazos amarillos, mientras siguen viviendo, día tras día, en una pseudorrealidad, vaporosa y equívoca, que navega desnortada, a la deriva en procelosas aguas envueltas por las brumas nacionalistas.
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