“Una nación de ovejas engendrará un gobierno de lobos”
Edward R. Murrow
Vivo en un país en el que una mañana de marzo, tres días antes de unas elecciones generales, asesinaron a 192 personas.
Un país en el que, dieciséis años después, seguimos sin saber quién fue el autor intelectual de aquellos asesinatos.
Un país en el que, dieciséis años después, seguimos sin saber quién fue el autor intelectual de aquellos asesinatos.
Un país en el que, durante los tres días que transcurrieron entre aquella masacre y aquellas elecciones generales, más de 1,5 M cambiaron de opinión y votaron al partido de la oposición y más de 1,1 M que iban a votar al partido del gobierno, no lo hicieron.
Un país en el que, tres días después del atentado terrorista más conmocionante de su historia, más de 2,7 M eligieron otro destinatario para su voto con lo que, a pesar de que pocos días antes las encuestas pronosticaban la victoria del partido del gobierno, fue el principal partido de la oposición el que, finalmente, ganó las elecciones.
Se trata de realidades muy incómodas. Así es. Pero son realidades del pasado que si rechazamos u olvidamos no podremos entender la realidad del presente y, lo que es peor, nos arriesgamos a no aprender de ellas y a sufrirlas de nuevo en el futuro.
Y es que, insisto, en este país, tres días después de que 192 personas murieran asesinadas, un presidente traidor a su pueblo fue elegido por su propio pueblo.
En efecto, transcurridos cinco años de la firma del "Pacto por las libertades y contra el terrorismo" con el que como candidato se había comprometido en el programa electoral a su "cumplimiento escrupuloso y estricto" y a su mantenimiento "vivo y en vigor hasta la derrota total de ETA o su disolución efectiva", como presidente traicionó a su pueblo y promovió una resolución parlamentaria que le autorizó a negociar con una organización terrorista que había asesinado a más de 850 personas.
Pese a esa traición, cinco años más tarde volvió a comprometerse a acabar con esos terroristas en su programa electoral. Prometió deslegitimar y combatir su apoyo social. Y aseguró que ya no había ninguna expectativa de diálogo. Por eso su peor traición fue esta. La materializó sólo unas horas después de que los terroristas asesinaran a un exconcejal de su partido cuando, sabiendo perfectamente que iba a incumplir su promesa para no romper sus compromisos con esos terroristas, prometió a su pueblo:
El segundo presidente traidor a su pueblo que ha llegado al gobierno de mi país tras el asesinato de 192 personas en unos trenes fue elegido por su propio pueblo el 20 de noviembre de 2012. Un mes antes los terroristas con los que el gobierno anterior había negociado anunciaron "el cese definitivo de la actividad armada". Su respuesta como candidato fue esta:
Trece días después de que 'el segundo presidente' mintiera a su pueblo omitiendo la terrible y crucial concesión política de la legalización de partidos políticos vinculados a los terroristas, 'el primer presidente' manifestó:
Lo que ocurrió fue que, ciertamente, pese a disponer en su primera legislatura de cuatro años con mayoría absoluta en el Congreso de los diputados, no alteró en absoluto (ni en esa legislatura ni en la siguiente) ninguna de las decisiones de su antecesor. Tampoco la resolución parlamentaria que autoriza al Gobierno a negociar con la organización terrorista y separatista vasca.
Así que, tres años después de su elección se pudo comprobar la traición a su pueblo cuando, desdeñando sus compromisos electorales, no sólo evitó impulsar la aplicación de la Ley de partidos a los que no condenan la historia de violencia y terror de esa organización, sino que pactó no ilegalizarlos y ordenó excarcelaciones de terroristas enfermos, e incluso de decenas de terroristas más.
Sin embargo, la mentira por acción fue necesaria pero no suficiente para que esos dos traidores a su pueblo llegaran a presidentes del gobierno de mi país. Ocurrió algo más: la mentira por omisión. Casi todos los medios de comunicación ocultaron que los candidatos habían mentido a su pueblo. Y también ocurrió (y desde entonces ocurre cada vez a mayor escala) la manipulación.
En efecto, las televisiones mayoritarias y la mayoría de los restantes medios de comunicación ocultaron (y siguen ocultando) hechos como los ocurridos la mañana del 11 de marzo de 2004 cuando, sólo cuatro horas después del atentado terrorista y, dos días antes de las elecciones generales, el locutor de referencia de la emisora de radio de mayor audiencia de mi país, una emisora del grupo de comunicación que apoyaba al entonces candidato del principal partido de la oposición, dijo en antena:
Un día como hoy de hace un año, quince después de aquel atentado en aquellos trenes, el tercer presidente traidor a su pueblo que gobierna mi país desde entonces fue elegido por su propio pueblo.
Antes de las penúltimas elecciones generales ya había mostrado a dónde quería ir.
A siete meses de las últimas generales ya había demostrado con quién estaba.
Tras cinco meses de gobierno el tercer lobo lleva a las ovejas al matadero.
En conclusión, parafraseando a Maquiavelo, tras la sumisión del Estado ante la peor corrupción que existe, el terrorismo, casi todos los medios de mi país decidieron que la honradez y la virtud son perniciosas. Y los periodistas, salvo honorables y valiosas excepciones, eligieron pastorear "ovejas dispuestas a ser esquiladas o degolladas" (Arturo Pérez Reverte dixit) y optaron por colaborar en el ocultamiento y la manipulación de gravísimos hechos ocurridos del 11 al 14 de marzo de 2004, así como de otros hechos no menos graves sucedidos bajo los mandatos de los tres lobos que mintieron a su pueblo como candidatos y que como presidentes lo traicionan.
Así que, mientras la oscuridad se adueña de mi Nación no me queda otra que agarrarme a la lucidez ilustrada por El Roto y a la esperanza dibujada por Forges en la imagen inicial y ayudar a que vean pronto las orejas al (tercer) lobo, apaguen la tele, tiren el mando a distancia y se pongan a pensar.
¿Qué harán las ovejas?
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