"Un pueblo que elige corruptos, impostores, ladrones y traidores, no es víctima, es cómplice"
George Orwell
Tengo 58 años, una esposa con un corto contrato de trabajo, dos hijas que pronto irán a la universidad y una demanda de empleo en el SEPE.
No es un anuncio. Tampoco una queja. Sólo les informo con la impudicia necesaria para que conozcan los antecedentes de mi condena a la ruina y a la lucidez.
Sí, en este reino de la mentira la lucidez es una condena que me obliga a comprometerme con la única verdad: la realidad. Y como creo firmemente que lo que no se da se pierde, también me obliga a ser impertinente compartiendo lo que veo.
Pero la lucidez también es un regalo. Una facultad que me permite permanecer cuerdo. Lo suficientemente cuerdo como para saber que el desacierto de millones de españoles a la hora de votar en las elecciones generales es, en gran medida, el origen de mi ruina.
En descarga de mis compatriotas he de señalar que, como decía Arendt, "las mentiras resultan a veces mucho más plausibles, mucho más atractivas a la razón que la realidad". Así mismo, les recuerdo que la impostura es el pilar fundamental en la estrategia de casi todos los partidos políticos españoles.
Además tengo que reconocerles que juego con ventaja porque sufro de 'intolerancia a la mentira'. Lo paso tan mal cuando me mienten que después de votar por primera vez y ser engañado por Felipe González en 1982 (pagué mi novatada con 'lo de la OTAN') no volví a votar a nadie hasta 2008. Aunque también es cierto que cuando me obligan a elegir entre males (mayor, menor...) me resisto a hacerlo.
En cualquier caso, es bien sabido que casi todos los políticos mienten casi siempre. Y que aunque algunas pequeñas mentiras puedan llegar a ser necesarias, las grandes son, sin duda, moralmente inaceptables. Y ese es el gran problema: las grandes mentiras.
En efecto, las grandes mentiras son muy utilizadas por los políticos españoles desde que Zapatero llegó a la presidencia del gobierno después de un vuelco electoral de más de 2,7 M ocurrido tras la gran mentira del 11M. Rajoy no fue una excepción y también lo he denunciado en este blog. Pero un año después de las últimas elecciones generales tengo que decir que me parece tan repulsiva como peligrosa la manera en la que Sánchez e Iglesias hacen atractivas sus enormes y endiabladas mentiras.
Después de Felipe González sólo he votado a Rosa Díez y a Santiago Abascal. Y, pese a que no suscribo todo lo que hizo UPyD ni todo lo que hace VOX, puedo decir que estoy muy orgulloso de haber votado al partido que Albert Rivera ayudó a destruir, así como que me encuentro razonablemente satisfecho de votar al partido al que ayuda a neutralizar Pablo Casado. Y puedo decirlo porque, simple y llanamente, nunca me he sentido engañado por ninguno de los dos políticos vascos.
Por eso, además de a Orwell y su cita del pie de foto, me resulta inevitable recordar a Gandhi ("La verdad jamás daña a una causa que es justa") cuando explico por qué los cínicos totalitarios que gobiernan España no son los únicos políticos que me mienten ni los únicos responsables de mi ruina.
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